Su obra

En el siglo XVII tuvo lugar un importante desarrollo de la dramaturgia europea, sobre todo en Inglaterra, España, Francia e Italia. Las compañías teatrales seguían siendo en su mayoría itinerantes, pero ya a finales del siglo XVI empezaron a establecerse. Las representaciones de aficionados dejaron de tener su antigua importancia, apareciendo la figura del actor profesional, aunque la situación económica y social de las gentes de teatro continuó siendo muy precaria. Si en Italia el actor gozó de cierta consideración, en Inglaterra la tradición puritana se mostró siempre hostil a los que participaban de un arte tan disoluto, mientras que en la católica Francia la Iglesia negaba los sacramentos a los cómicos. La intervención de las mujeres en los escenarios variaba: en Italia y España las actrices eran admiradas, pero en Inglaterra y en Alemania los papeles femeninos eran representados por muchachos.

Ya desde inicios del siglo XVII, el teatro se desarrolló bajo la protección de reyes y nobles. En Francia, Enrique IV y su esposa María de Médicis invitaron en numerosas ocasiones a compañías italianas, y posteriormente destacó el papel protector del cardenal Richelieu. En Inglaterra, el interés de Carlos I y su esposa, la francesa Enriqueta María, dio un poderoso impulso al género. En Italia las cortes fueron el centro de la actividad teatral, mientras que en Madrid las representaciones reales tuvieron lugar, a partir de 1632, en el palacio del Buen Retiro.

Hay que subrayar que a lo largo del período se otorgó una creciente importancia a la preceptiva literaria, aplicada con no menos intensidad a las obras teatrales. Las "reglas del arte" puestas en vigor consistieron, principalmente, en la idea de verosimilitud, en el sentido clásico del decorum (cada personaje debía comportarse según su rango social), en la adecuación del estilo al tema (entre los tres niveles posibles: lírico, épico o trágico y cómico o satírico) y, por último, en las "tres unidades" de acción, tiempo y lugar. Esta normativa se basaba en la Poética de Aristóteles, que se convirtió en un texto canónico insoslayable para la estética literaria. Sin embargo, si bien en Francia las reglas tuvieron un carácter cada vez más imperativo, tanto en España como en Italia fueron solamente respetadas pero muy poco acatadas, y en Inglaterra se ignoraron casi por completo.

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